Ahora yo no sé si vas a poder leer esta carta,
pero siento como una necesidad de decirte
que yo contigo soy más feliz
de lo que en los libros dice que se puede.
Fue allá por el verano de 1975 cuando aquella hermosura de
mujer iba paseando por una carretera sin asfalto. Solía caminar cada tarde con
la caída del sol, tras haber arrasado éste la tierra con sus hirvientes
cuarenta grados estivales. Se movía
ligera rozando el interior de sus voluptuosas piernas veloces. A veces agitaba
su cuerpo en un giro que descompasaba mis sentidos. Cómo se puede tan solo
deslizarse por la vida con semejante arte y ardid, pensaba yo cuando detenía
atónito mis quehaceres, distraído por su vaivén.
Viejos pinares iban coronando el sendero escogido para su
paseo por la hermosa mujer. Malditas piezas casi inertes, sus raíces agonizaban
debajo de la tierra que ella iba pisando, y hacían que el asfalto se levantase
dificultando la circulación a mi Renault 5, de un alegre naranja vivaz, y por
consiguiente, interrumpiendo a mis ojos, que sólo estaban allí para mirarla, sin
otra misión en ese trozo del mundo, que la de sentir que todas las respuestas estaban
a escasos metros de mis manos. Ella era todas las posibles combinaciones de
números del mundo y mezclas de colores, ella era la vida, paseando delante de mí. Y yo, ahora, sólo
tenía que agarrarla fuerte, aprender a amarla como se aman las cosas así si más,
y no soltarla nunca.
Agradecía el fresco que el verano nos regala en algunos días
en forma de brisa salvadora para combatir el calor, pero no era sofocar las
altas temperaturas lo que a mí me preocupaba, ni mucho menos, las mejores
tardes para contemplarla eran esas, las de brisa fresca veraniega. Ese flujo de
gases a gran escala me regalaba la estampa más hermosa de mis días por aquel
entonces. Una imagen que me acompañaba entre mis sábanas hasta que el sueño
vencía mis sentidos y apretaba los ojos en un último intento para soñar con
ella. Esas ráfagas de aire fresco movían su pelo en una danza de animales
salvajes a los que pides en silencio calma porque sientes que serías capaz de
explotar de júbilo al imaginar cómo sería sentir sus rugidos en tu piel, oler
esos rizos negros como el tizón, desplegándose en una larga melena que tocaba
tímidamente su espalda. Sus pelos volaban hacia atrás revelando su carita
redonda y blanca, así, como el mejor de los dulces que has probado en tu vida y
que sabes seguro que probarás. Única y preciosa mujer de cara delatante de los
mejores sentimientos, del más majestuoso corazón, el de la reina que gobernaría
mi vida, mi mujer, mi esposa, mi amante, mi amiga. Y sus ojos, ¡qué decir de
sus ojos!, nada comparable al oro verde de sus ojos, que hacían brotar aire
para mi respiración. Y yo, ahora, sólo
tenía que agarrarla fuerte, aprender a amarla como se aman las cosas así si más,
y no soltarla nunca.
Vestía de negro, cada día, cada hora, en sus paseos,
siempre. Pronto supe porque, hermosa mujer huérfana de padre, lo que no hizo
más que incrementar mis deseos de ella, de caminar a su vera, de darle abrazos
de esos en los que la cara se funde con el hombro y cierras los ojos sin darte
cuenta, y flotas, de mirar de reojo sus piernas sobre los asientos de mi R5,
mientras mira distraída por la ventana el paisaje seco de Granada. Se me hacían
remolinos en el cuerpo entero de imaginarme las aventuras de mis días con ella.
¡Ay, no sonrías niña! Que entonces es cuando me pierdo entre la maleza y las
musarañas de mis sueños contigo. Era todo lo que me atrevía a decirle desde el
asiento de mi coche, lento, al ritmo del momento. Esa, justamente esa es la
sonrisa que quería que tuvieran mis hijos. Se le abría la cara como una naranja
sabrosa, y lo que más me apetecía era besarla, a ella, a mi chata, darle mil
pellizcos en su cara, en el moflete derecho, y luego en el izquierdo, y así
toda la vida, acariciarla. Y yo, ahora, sólo tenía que agarrarla fuerte,
aprender a amarla como se aman las cosas así si más, y no soltarla nunca.
Nuestras vidas se fundirían, como se funde con el paisaje esa
luz difuminada y entrecortada que ocurre cuando los rayos de sol brillan entre
los árboles, de esa forma inexplicable que pocas veces ocurre. Y comenzarían
nuestros diarios en un R5, las historias más humildes y con más amor que entran
en una memoria. El hueco de sus manos se
convertiría en un refugio para mí, en ellas encontraría el consuelo y el amor
que necesitaba. Nuestros paseos se prolongarían día tras días, divertidos e
ilusionados nos daríamos calor y sombra, a bordo de toda una vida. Así, así
sería el mañana con esa hermosa mujer, y otras muchas cosas que ni imaginábamos
cuando sólo chispeábamos como inocentes chiquillos, cantándole a nuestras ilusiones
y a nuestro amor al ritmo del grandísimo Boney M.
Cris de la Torre
@CRISDLTC